jueves, febrero 16, 2006

Vietnam y Camboya.

Hace unos meses me resultaba muy difícil dar una respuesta precisa, cuando me preguntaban qué países del itinerario previsto tenía más ganas de visitar. Os podéis imaginar lo que es responder a esa pregunta así en un viaje como este. En la cabeza de todos hay lugares que son imprescindibles, como las pirámides de El Cairo, Petra en Jordania, la Muralla China, y la India y el Taj Mahal (sin duda un triste sacrificio), tan conocidos como destinos turísticos, que uno se olvida de ellos y, cuando se le presenta una oportunidad como esta, no deja de soñar con los países a los que nunca se hubiera imaginado ir.

De mi boca siempre brotaban los dos mismos países: Vietnam y Camboya. No me preguntéis por qué, ya que si soy sincero no sabría explicar de una manera muy clara (como tantas otras cosas sobre mi), o con datos muy concretos, porque esos dos países y no otros. Son dos de los países más lejanos a los que no hubiera ido si no hubiera sido por este viaje (¿y a cuales hubiera ido?), culturalmente muy diferentes (tanto como Argelia o Egipto, pero estos estaban más lejos), prácticamente desconocidos (¿y cual de ellos no lo era?), pero sobre los que nos han bombardeado tanto con películas y documentales, que la curiosidad no podía ser menor.

Como veis (aunque podría salvar la última), no hay ninguna razón especifica para que esos dos países me llamaran especialmente la atención, lo que no habla muy bien de mi, pero lo hacían. Supongo que no es mas que una extraña atracción sobre lugares sobre los que he escuchado hablar tanto, pero de los que realmente no se nada. Y finalmente me ha tocado escribir sobre ellos, como si fueran a darme la oportunidad de saber si esa curiosidad estaba justificada o no, aunque realmente aun no sabría decir si merecen ese lugar de privilegio que yo les había otorgado (aunque otorgar un lugar de privilegio en una aventura como esta, se me antoja prácticamente imposible).

Dos países, dos historias recientes marcadas por la tragedia, y dos países que a pesar de todo, parecen estar experimentando una apertura al turismo, lo cual nos ha facilitado mucho los desplazamientos y la siempre la fatigosa búsqueda de un sitio donde dormir... barato. Nunca hubiera pensado que había en el mundo sitios donde uno podría comer y dormir por un euro, lo que por otra parte te da una rápida visión de lo mal repartido que esta todo: a uno le entran ganas de trabajar en Madrid un mes, y vivir cinco en Hanoi, y a la vez se lamenta de que nunca un camboyano o un vietnamita puedan comerse una paella.

Vamos por partes. Vietnam, desde la década de 1950 hasta la de 1970, estuvo dividida y fue el campo de batalla de una larga guerra. La República Democrática del Vietnam, en el norte, se alió con las naciones comunistas, como la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y China, que había controlado Vietnam durante gran parte de su historia. La República del Vietnam, en el sur, contó con el apoyo de Estados Unidos. La guerra del Vietnam finalizó en 1975, con el resultado que todos conocemos, y al año siguiente se instauró la unidad política. No os asustéis, ya he acabado con los antecedentes históricos. Espero no haber ofendido los conocimientos de nadie con esta aclaración, que además era introductoria, ya que poco tiene que ver con esta crónica, pues nada de ello estuvo presente durante los días en los que recorrí el país. Recordé la frase de Gabriel, un argentino afincado en Castelldefels, con la que pareció resumir el actual sentimiento vietnamita acerca de la famosa guerra: "¡Nada, si, vinieron aquí y los echamos!". Sea cierta o no, nada de lo que yo viví allí podría desmentirla.

Hanoi, la capital, fue uno de los puntos que yo más disfrute de los dos países (Moy, en cambio, creo que siempre lo recordará por ser el lugar donde le arrebataron a sus Héroes, y no voy a entrar en detalles por no abrir heridas ya cerradas). Comenzó sorprendiéndome y cautivándome, pues nunca en mi vida había visto tal enjambre de motocicletas en mi vida, y aun hoy me cuesta creerlo. Es como si fuera a la vez un sueño gracioso y una pesadilla. En todos y cada uno de los semáforos que se ponían en rojo, se acumulaban más de cien motocicletas, sin importar que fuera una calle principal o una calle estrecha. A veces todas ellas se entremezclaban en diferentes direcciones, sin que se produjera ni un solo accidente, a pesar de que nos aseguraron de que podía haber más de 20 muertos diarios.

Y después de la tempestad vino la calma, una calma perfecta y grandiosa. Dos días en un pequeño barco, con unas pocas personas, por la Bahía de Ha Long. Un entorno declarado patrimonio de la humanidad, un litoral sembrado de innumerables bloque rocosos, donde yo puedo asegurar que pase tres de las mejores horas de todo el viaje, con la única compañía de una manta (pues corría un poco el aire), una hamaca, Björk, Mogwai y Erik Truffaz. Todo era perfecto. Uno de esos momentos en los que me hubiera gustado que tal o cual persona hubiera estado a mi lado, disfrutando conmigo en silencio las tres horas antes de que cayera la noche.

Los siguientes destinos fueron Hue y Hoi An, dos pueblos a mitad de camino entre Hanoi y Ciudad de Ho Chi Minh. Los días transcurren dentro de lo normal: en unos parece que todo te pesa, y en otros puedes con todo; en unos te sientes privilegiado, y en otros ni lo piensas; unos no paras de hablar, y otros a base de recuerdos. En el primero de los destinos tuve la posibilidad de acercarme un poquito a la guerra que dejo en entredicho el poder de los estadounidenses (no "americanos", como suele decirse), pero decidí disfrutar de un día para mi solo, el único en cuatro meses y medio, en el que no hice gran cosa (la película que vi mejor ni la nombro), pero que me sirvió de mucho. El sacrificio, demasiadas horas de autobús, y la visita a unos túneles utilizados por el Vietcom durante la guerra contra los Estados Unidos, que por lo visto merecieron la pena. En Hoi An en cambio le dedicamos un tiempo a la bicicleta, un afición que hemos adquirido desde que llegamos a China (y tengo un recuerdo especial de aquellas horas que nos perdimos por los alrededores de Youngshuo, pero esto a mi no me toca), lo que te da la posibilidad de conocer sitios por donde no parece que a menudo pasen "farangis" (palabra adoptada del tigriña por Els Rodamons, para designar a la persona que viene de fuera). Y por último, el templo de My Son, perdido durante siglos en la maraña de la selva, encontrado y convertido en Patrimonio de la Humanidad, y un buen aperitivo para lo que más tarde sería un atardecer en Angkor Vat.

Por último llegamos a Ciudad de Ho Chi Minh, la antigua Saigón (¡cuantas veces hemos escuchado hablar de esta, y que pocas de la anterior!), que fue capital de Vietnam del Sur, hasta que en 1975 se convirtió en el último reducto de la presencia estadounidense en el país, tras cuya conquista, tomó el nombre del líder comunista. Por lo que yo vi (que seguramente no fue suficiente), me dio la sensación de estar en países diferentes ambos poblados por vietnamitas, como si aun no hubieran desaparecido tales influencias... en Hanoi, motocicletas, calles llenas de comercios, y edificios grises de aspecto antiguo; en Ho Chi Minh, aunque ahora debería decir Saigón, menos motocicletas, pubs y luminosos de colores. Cuántas veces me he esforzado a la hora de escribir el diario o hablar con un taxista, de llamar a la ciudad Ho Chi Minh, en vez de Saigón (aunque ninguno me gusta por completo), pero parece que, después de 30 años, el primero sigue siendo tal solo un apodo que se emplea en pocas ocasiones, además de en algún documento oficial.

El tour por el delta del Río Mekong no tuvo nada que ver con el de la Bahía de Ha Long, y la capital actual me gusto mucho más que la antigua, aunque si me tengo que quedar con algo, me quedo con el contraste.

Camboya, un país aun más desconocido del que solo había escuchado hablar, y muy superficialmente, de Pol Pot (hoy me estoy cubriendo de flores). Pero es que son precisamente estos países (los más desconocidos, de los que menos se habla, y a los que nunca esperaba ir), los que más me llamaban la atención. Apenas unos meses antes ni siquiera sabía cuál era su capital, y ese fue precisamente el primer destino: Phnom Penh.

Un millón y medio de habitantes, los cuales fueron evacuados por la fuerza tras ser tomada por los khmeres rojos en 1975, durante la sangrienta guerra civil que asoló el país a finales de la década. La capital permaneció casi desierta hasta 1979. En esta aun quedan vestigios de aquella época, y pudimos visitar el S-21 o Toul Sleng, que literalmente significa “una colina venenosa”, o “un lugar en un montículo donde se mantiene a aquellos que tienen la culpa”. Un antiguo instituto que durante esos años se convirtió en el órgano secreto más importante del régimen de los khmeres rojos, el cual fue especialmente utilizado para interrogar, torturar y exterminar a los opositores del régimen (trabajadores, granjeros, ingenieros, técnicos, intelectuales, profesores, estudiantes, e incluso ministros y diplomáticos). Más de 11.000 prisioneros, y un millón de muertos, sin incluir a los niños asesinados, los cuales se han estimado en unos 2.000. La verdad es que es muy difícil visitar un instituto e imaginarse todas estas cosas, como si fuera completamente imposible que una aulas construidas para educar a los niños, se trasformen en unas salas para torturarlos hasta la muerte.

Al día siguiente nos marchamos hacia Siem Reap, donde se encuentra la antigua capital del Imperio Khmer, Angkor, fundada a finales del s. IX, con un conjunto de más de cien templos entre los que sobresale el de Angkor Vat (1113-1150), el único que finalmente pudimos visitar, pues disfrutar del resto ascendía a la suma de 60$, y eso en estos momentos se nos antoja imposible. La solución fue sencilla, visitar éste dos veces, lo cual “nunca está de más”, pues éste es el más espectacular de todos. Otro momento mágico, otro instante en el que te sientes un privilegiado (y espero no olvidarlo nunca), pues los atardeceres aquí son diferentes, igual de espectaculares (y perdón) que los del Sahara, las pirámides o Petra, pero diferentes.

El resto de los días en Siem Reap fueron de respiro, durmiendo por 1$, comiendo por menos de 2, montando en bici por menos de 3, y sintiéndome como en casa aunque solo fuera por tres días (lo cual siempre es de agradecer en este viaje).

Battambang fue un destino inesperado, pues en principio nos dirigíamos directamente hacia Bangkok. Y fue un trayecto emocionante, pues nunca habíamos recorrido escenarios parecidos. Gracias a Borja, un jerezano que conocimos en Siem Reap, supimos del trabajo que el padre Figaredo (un vasco afincado en Camboya hace muchos años) y C.M.A.C. (Cambodian Mines Actions Center), están realizando en el campo de las minas antipersona, que siguen abonando las tierras de este país, para traer solo muerte mas de 20 años después de que este fantasma hubiera desaparecido. Nuestra llegada coincidió con el fin de semana, por lo que fue imposible que contactáramos con nadie.

En el trayecto hasta Battambang vi cosas que podrían ser dignas del escenario de una obra de teatro, pero que estaban allí y existían: pueblos enteros en medio del agua, con familias enteras que viven flotando en medio de un río, con niños de menos de 10 años que van a la escuela (también sobre el agua) remando sin la compañía de ningún adulto, sorteando las olas que dejan barcas de motor, con perros e incluso cerdos que parece que nunca hubieran pisado tierra firme, y con bares que no se acercan a la orilla para recoger a sus clientes, porque ninguno viene de allí. Y todo desfiló delante de nuestros ojos durante varias horas, como una película. Una de las cosas más extrañas que he visto desde que salimos.

Y fue en Battambang donde comenzó un nuevo capítulo en la historia del Els Rodamons, pues ya no éramos un grupo, sino tres, unidos tan solo por Internet, y a la espera de reencontrarnos de nuevo para continuar la aventura. Carlos continuaba por Vietnam, Miki se quedaba, a 10 minutos de coger el bus, en Battambang, a la espera de poder recoger información sobre la labor que se estaba llevando a cabo en la limpieza de minas, mientras que Moy, mi hermano y yo, seguimos con el itinerario previsto, y nos fuimos a Tailandia.

Y aquí finaliza esta historia. Y quién me dice a mí si alguna vez en mi vida, volveré a alguno de estos dos países, aunque los recuerdos estarán ahí siempre. No creo que un total de dos semanas fueran suficientes para darme por satisfecho o insatisfecho con dos países que esperaba tanto, aunque ya hace tiempo que asumí como es este viaje. Aun así, no cambiaria por nada del mundo muchas de las cosas que vi en ambos. Bueno, una si, haber visto a Carlos con nosotros... pero el tuvo sus propias vivencias.

Israel