domingo, abril 30, 2006

MÉXICO

Si tengo la sensación de haber pasado por encima de un país sin haberlo disfrutado lo que se merecía, ese es México (y son muchos los países por los que hemos pasado rápidamente). Hemos repetido en no pocas ocasiones “aquí volveré”, hasta el punto de convertir la frase en una coletilla graciosa que escupimos al cruzar cada frontera, y que no hace sino recordarnos que será imposible volver a la gran mayoría de los sitios, pero esta vez esperemos que sea verdad.

Aunque solo sea porque lo que he visto me ha gustado tanto como para tener que descubrir el resto algún día, y porque de todas las ciudades en las que he estado durante este más de medio año, México DF es la única en la que creo que encontraría la gran mayoría de las cosas que necesito para poder vivir. Pues eso… “¡Aquí volveré!”.

México es país que culturalmente se encuentra mas cerca de Sudamérica y Centroamérica (lo que es de agradecer), pero que económicamente está mas cerca de los vecinitos del norte (lo que, por supuesto, es muy de lamentar), aunque para nosotros, lo que significó, fue la entrada en Latinoamérica y el reencuentro con el español, que quieras que no, siempre se agradece, pues abre un montón de puertas a la comunicación... ¡por fin éramos capaces de entenderlo todo! Ha habido árabe, amarico, tigrinya, tigre, hebreo, chino, vietnamita, khmer, tailandés, malayo, indonesio, algo de francés, pero sobre todo, inglés en todo el mundo, con independencia de cualquiera de los idiomas de la lista anterior. Ya podíamos hablar todos perfectamente el español (no os lo imaginabais, ¿eh?), tener el perfecto francés de Carlos, el eusquera y el catalán de Moy y Miki (por nombrar la variadísima paleta de idiomas que posee el grupo), o mi precario inglés (lo que da un total de cuatro lenguas y media), que un estadounidense, un australiano, un neozelandés, o un ingles de nacimiento, tienen muchas más facilidades para viajar por el mundo que todos nosotros como grupo, sin que tengan además que aprender ni una sola palabra de cualquier otro idioma (y de hecho pocas veces se preocupan, dirigiéndose a ti en inglés, dando por hecho que lo tienes que hablar, ya te encuentres en el Sudeste Asiático, el Próximo Oriente, o Latinoamérica). Aunque hubiéramos sido ocho los Rodamons, nosotros, mas un alemán, un italiano y un griego, un inglés hubiera seguido teniendo más facilidades que todos nosotros juntos. Bueno, que le vamos a hacer, supongo que es una especie de colonización más. ¡Y tendremos que mejorar nuestro inglés!

Entramos a México por la frontera de San Diego con Tijuana. Una vez allí, los mexicanos continuaban dirigiéndose a nosotros en inglés, así que después de aclarar en no pocas ocasiones que hablábamos español, optamos por el silencio como respuesta cuando escuchábamos un “excuse me!” por parte de un mexicano. ¡Ahora que podíamos sentirnos un poquito más como en casa, y nos hablan en inglés!

Tijuana tuvo menos atractivo del que yo esperaba, y debe ser que aun se encontraba demasiado cerca de los EE.UU. Hasta lo que yo pude ver, es una ciudad que no parece tener pasado, ni tradición, una ciudad para la noche, de muchas discotecas, de ofertas de alcohol, de prostitución, y de negocios encaminados al turista. El día y medio que estuvimos allí, no salimos del centro, por lo que puede que mis percepciones no sean del todo exactas, pero por lo que pude ver, el “Welcome to Tijuana, tequila, sexo y marihuana” de Manu Chao, no estaba muy desencaminado. Pero más que eso, a mi lo mas me llamó la atención es el hecho de que se haya convertido en lugar de peregrinaje para jóvenes estadounidenses que cruzan la frontera únicamente para cogerse la melopea de su vida, dado que en el país de la libertades no se puede consumir alcohol hasta cumplidos los 21.

El tiempo una vez más estaba en nuestra contra, y México es un país demasiado grande para los días de los que disponíamos antes del vuelo a Lima. En apenas una mañana volvemos a cambiar de planes, y en unas escasas cuatro horas estábamos subidos en un avión que nos llevaba a México DF. La ventaja: en estos países de largos trayectos por carretera, muchas veces los vuelos nacionales son tan baratos (o caros) como los mismos autobuses, así que nos decidimos rápido.

México DF, la ciudad mas poblada del planeta (entre 27 y 30 millones de habitantes según las fuentes… los taxistas), y la ciudad también mas contaminada, hasta el punto de que los coches, según las matrículas, solo pueden circular ciertos días de la semana (curiosa iniciativa, aunque aquí lo que hace falta son bicicletas, como en Hanoi… ¡30 millones de bicicletas!).

Esta “cacho” ciudad, la que más me ha gustado de todas en las que he estado, fue para el grupo una ciudad de reencuentros, de música, de historia, de mucha vida, y de algunas buenas noches… con mariachis incluidos.

El primer reencuentro fue con Mariana, amiga de Miki de Castelldefels que lleva 10 años en México trabajando para el diario La Jornada. Para nosotros fue una suerte poder conocerla, y que nos brindara una de las noches del viaje: la plaza Garibaldi, el Tenampa, algún tequila, unos pocos de mariachis, rosas para todos, y finalmente el Jacalito, todo un descubrimiento de 5 metros cuadrados donde tan pronto se escuchaba una ranchera, algo de tecno, alguna canción romántica, un tema de The Clash, algo de los ochenta, o algunos grandes éxitos de siempre… eso es fusión y lo demás son tonterías. Eso si, nadie dejo de bailar ni un instante. ¡Gracias Mariana!

John Ross fue la gran sorpresa, pues en los preparativos del viaje ya habíamos barajado la posibilidad de entrevistarle una vez llegáramos a los EE.UU., aunque fue imposible contactar con él. Entre el amplísimo currículum de luchas que lleva este hombre sobre sus espaldas, y que abarcan toda una vida que ya cuenta con 70 años, se encuentran el haber sido el primer insumiso de la guerra de Vietnam, y escudo humano en la reciente guerra de Irak, lugar donde lo conocieron Miki y mi hermano. Aquella noche pudimos haber entrado a cenar en muchos sitios, pero no se por qué, fue aquel, el restaurante donde, sin nosotros saberlo, él cena cada noche desde que hace 20 años decidió dividir su vida entre esta ciudad y Seattle. Una curiosa casualidad, que de estas también se hace el camino. Y allí se encontraba él, del que yo había escuchado hablar tanto a través de mi hermano y Miki, y tal y como me lo habían descrito: alguién digno de conocer. La entrevista no pudo ser realizada, enfrascado como estaba en la redacción de su último libro, pero compartir con él una paella ya fue suficiente privilegio. Ahora que recientemente he leído “El viejo y el mar”, me doy cuenta de que las similitudes entre Santiago, el protagonista, y John Ross, son muchas. John Ross podría tranquilamente hacer suya la frase del famoso pescador: “Un hombre puede ser destruido, pero nunca derrotado”.

Finalmente decidimos prolongar la estancia en México DF, como no podía ser de otra manera, tras la noticia de que Manu Chao daba un concierto en la Plaza del Zócalo el domingo, clausurando unas jornadas que se habían estado celebrando en México sobre la importancia del agua. Un privilegio más que recordaré de estos meses de andadura. Llevaba tiempo sin ir a un concierto, con lo pesado que puedo llegar a ser yo con la musiquita, y voy encima y doy con uno que no era precisamente un concierto cualquiera. Y así fue, porque no desmereció ni un solo minuto… salvo el que nos dedicamos a salir de la multitud de las primeras filas, por miedo a morir aplastados o asfixiados, y eso que tan solo estaban tocando los teloneros. Difícil fue entrar, empecinado como estaba, pero casi imposible fue salir. Nunca en mi vida he estado en un concierto al que asistieran más de 150.000 personas, todas ellas eufóricas y bailando de principio a fin (incluido John Ross, al cual no le importo haber estado manifestándose en la Embajada de los Estados Unidos esa misma mañana, para ir a bailar con Manu Chao por la noche… quien tuviera esa energía, no con su edad, sino con la mía), así que, como el que no quiere la cosa, me pensé que podría disfrutarlo de cerca, centrado, y encima tranquilo. Evidentemente me equivoqué, pero no me importó ni lo mas mínimo, pues el ambiente invadía todos y cada uno de los rincones de la plaza. Conozco a alguna persona que se hubiera emocionado al escuchar el nombre de su barrio gritado por más de 150.000 almas (“Próxima Estación: ¡Esperanza!”), tal y como se emocionaron Moy, Miki y mi hermano con la referencias a Barcelona. Y tampoco faltaron las referencias a “La Otra Campaña” y a la lucha zapatista. Parecía que el concierto no tenía fin, ni por ánimo, ni por cansancio, confirmando lo que fue un momento mágico e inolvidable, con el que Carlos se despedía de nosotros una vez más, para realizar uno de sus viajes relámpago a Barcelona.

Cumplidos nuestros deseos, tras una semana increíble en esta gran ciudad, al día siguiente solo nos quedaba marcharnos. Las opciones eran varias, pero como siempre el tiempo era escaso. Uno de los grandes sacrificios fue renunciar a Chiapas (más de 24 horas de autobús y un dinero excesivo) y, en menor medida, a Acapulco. La opción elegida fue la siguiente: primero nos dirigiríamos a Real de Catorce, en el estado de San Luis de Potosí, un pequeño pueblo en las cercanías de la región de Wirikuta (famosa por crecer en ella la planta del peyote, y por ser el destino de la peregrinación de los grupos indígenas huicholes), para luego intentar contactar con “La otra campaña” que los zapatistas estaban realizando, con el Subcomandante Marcos incluido.

Real de Catorce es un pueblo muy pequeño, bonito, peculiar, y con un encanto especial, que se ha hecho con un lugar en el mapa por haberse convertido en lugar de peregrinación para algunas personas atraídas por esta cultura del peyote.

Tras disfrutar del partido de la Champion del F.C. Barcelona en la tienda del pueblo (que hasta aquí llega este equipo), Miki cambia de opinión y decide marcharse sin perder tiempo a buscar la campaña zapatista, mientras que nosotros tres, atraídos un poco más por conocer esta cultura ancestral de la planta del peyote, decidimos quedarnos algún día mas, para juntarnos con Miki y la caravana más tarde.

En primer lugar decidimos ir a visitar el santuario huichol del Cerro del Quemado, a unas dos horas de camino a pie, por paisajes preciosos que desembocan en este curioso lugar, increíble por lo sencillo, e impresionante por el entorno. Dos círculos de piedras completamente solitarias que contienen una serie de ofrendas, sobre una montaña desde la que se domina toda la basta extensión del desierto. Pegarnos esa paliza solo para ver aquello ya mereció la pena.

Al parecer, el pueblo huichol (o wirrárica) es uno de los pocos que se han mantenido puros desde antes de la conquista de los españoles. No sólo son una nación pura en sus raíces sino también en su espiritualidad. A estos les gusta hacer este tipo de ofrendas y algunas manufacturas para narrar la historia de la creación del mundo y del universo, pero también usan estos mensajes para detener el viento, para llamar a la lluvia o al sol, o para ejecutar rituales de hechicería.

Dejamos nuestras ofrendas, como es tradición para todo el que visita este santuario, y emprendimos el camino de retorno sorprendidos por la lluvia.

Al día siguiente decidimos marcharnos a Wadly, un pueblo cercano ya en el mismo desierto que se divisaba desde el cerro del Quemado, donde por lo visto era más fácil encontrar esta planta que nosotros también queríamos probar, y que entre los lugareños (la dueña de restaurante, el taxista o la farmacéutica), es la cosa más normal del mundo. Alquilamos una habitación, dejamos nuestras mochilas, nos prestaron una tienda de campaña, y nos fuimos a pasar una noche al desierto.

Por lo visto el consumo del peyote ha subsistido en Norteamérica a pesar de la llegada de los europeos, y la imposición de sus creencias y costumbres. Los pueblos que lo emplean ancestralmente con fines rituales, se comportan ante él con un temor especial, ya que consideran que los hace entrar en contacto con fuentes divinas y suponen que si no se han "purificado" previamente, los dioses les hacen sufrir tremendos castigos. Por suerte ese no fue nuestro caso, y más allá de una planta con un sabor casi inaguantable, no supimos llegar a nada más… pero claro, ni gozamos de la cultura huichol, ni teníamos el tiempo y la mente para una cosa así, a pesar de lo cual fue una bonita noche, de muchísimas estrellas, y de conversaciones hasta altas horas de la madrugada alrededor de una hoguera. Hemos dormido en hostales, en aeropuertos, en trenes, barcos y autobuses, al aire libre, en coches y furgonetas, y ahora podemos añadir la tienda de campaña… cuantos hogares diferentes en tan poco meses.

El siguiente destino fue San Luis de Potosí pueblo, desde donde supuestamente debíamos coger el autobús que nos llevara al encuentro con la caravana zapatista, pero nos dimos cuenta de que nos habíamos confundido en el día que volábamos desde México DF a Lima, el cual era un día antes de lo que habíamos imaginado. Y si a esto unimos que las noticias tampoco dejaban muy claro donde se encontraba exactamente “La otra campaña”, nos daba como resultado el hecho de que una vez más no íbamos a tener el tiempo suficiente como para averiguar donde se encontraban los zapatistas, y salir en su búsqueda para poder vivir aunque tan solo fuera algun parlamento o una intervención de Marcos en cualquiera de los pueblos por los que pasó. Esto, como os podéis imaginar, fue una auténtica lástima. El tiempo está siendo uno de los grandes enemigos del viaje, y una vez más jugó en nuestra contra truncando nuestros deseos, así que no podré contaros desde mi punto de vista la experiencia de escuchar a Marcos y vivir, aunque sea por unos minutos, el ambiente de “La otra campaña”, pero ya tenéis referencia de esto a través de Miki en los comentarios de la página.

En vez de esto no tuvimos más remedio que quedarnos un par de días en San Luis de Potosí, dos días tranquilos que fueron para el partido entre el Barcelona y el Real Madrid, para una tarde de cine (la primera en lo que llevábamos de viaje), y una noche de cerveza y algunos pequeños conciertos.

México DF nos daba la bienvenida de nuevo, y aun tuvimos tiempo de visitar el Museo Antropológico, del que casi nos tuvieron que echar a empujones por haberse echado la hora de cierre encima. Increíble, enorme, completísimo, y muy claro. Estábamos disfrutando tanto, que dejarnos parte sin ver me puede valer como excusa como para tener que volver aquí en un futuro. Y soy consciente de que me agarro a lo que puedo para justificarme a mi mismo que “¡Yo aquí volveré!”, sin duda.

Con el reencuentro con Miki en la misma Plaza del Zócalo, termino la que ha sido mi última crónica del viaje, la última de esta aventura que no olvidaré en el resto de mis días, y que me encantaría que estuviera presente en cada uno de ellos, con sus cosas buenas y sus cosas malas. No se si habré aprendido algo, la verdad, o si habré cambiado aunque sea un poquito, pero me conformaría con que me hubiera marcado lo suficiente como para hacerme algunas preguntas más sobre unas cuantas cosas. Por algo se empieza.

Y como última crónica, también he de reconocer que ha sido sin duda la más dura. Simplemente os diré que no es fácil ponerse a escribir a las 3:30 de la madrugada, cuando a la mañana siguiente uno se despide de los que han sido sus compañeros de viaje durante los últimos siete meses, finalizando la que ha sido la aventura de su vida, la cual (y aunque suene a frase echa), no hubiera sido lo mismo sin vosotros, de verdad. Con lo bueno y con lo malo, pues de todo se aprende…

¡Gracias amigos!, ¡gracias Daniel!

Israel